Quemar


Me alejo de los lugares de siempre, de los textos que narran, a hacia sitios donde aguardan los sentimientos y la espera de que ese alguien, además de mí, lea esto.
Alguien debería quemar plaza Irlanda y sus alrededores. Ese alguien debería ser yo. Agarrar un suculento bidón del combustible más volátil posible, regar cada metro mientras dibujo un rio que atraviese esos lugares que me conectan a los recuerdos de un pasado al cual nunca más quiero recordar; que recorre los parques de la facultad de Derecho; Plaza Francia, que cruce hasta la puerta del shopping y doble hacia la izquierda adentrándose en la librería-cafetería y recorriendo las mesas en un circuito intrincado que lo lleve hacia el laberinto de salas de cine del subsuelo. Solo un fósforo y toda la maleza que carcomen esos lugares en mi mente serian erradicados para dar lugar a esos frescos brotes, los cuales plantaré con recuerdos impostadas, artificiales, pensados con meticulosidad, a través de invitaciones a andar por esos lugares, que antes eran habitados por los seres más amistosos, bellos y puros de la faz de la tierra y que ahora recorren como bestias fantasmales.
Prender la chispa para incinerar, hacer polvo y que la naturaleza haga su trabajo, digiriéndolo, sacándole algo bueno a esto, algo que les sirva a esos suelos donde intentaré edificar, proyectar futuros amores, proyectos de amistad, de buenos recuerdos, de buenas melancolías.
Ante semejantes proyecto, tan faraónicos para un simple arquitecto que ni siquiera puede delimitar que zonas quemar para no provocar un incendio monumental que termine destruyendo todo, me veo disminuido, casi impotente, hasta en escribir esto y ver que todo esto, mis deseos piromaniacos, solo abarquen un pequeño espacio en una carilla de página.
Somos yo, el bidón, el fósforo y mi miedo de perder en la quema los buenos recuerdos, aquellos en que mi yo, según mi visión actual, era un poco más feliz en un mundo que me era más hostil y más esperanzador.
Soy el Nerón de una Roma, donde todos los caminos me dirigen hacia ella. Una Roma grande y tan diversa, tan repletas de lugares donde perdí el tiempo, donde malgaste energía vital, donde ame platónica y pasionalmente, donde espere que sucedan esas casualidades propias de las más recordadas escenas del cine.
Me decido a prender fuego mi Roma. Esta vez no se culpará a los cristianos porque sé que el único culpable seria yo, un pobre cristiano.

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