Está allí esperando

Yo conozco. Conozco a ese monstruo. Ese que no acostumbra a destruir puertas para darse paso, solo las abre con metódicos movimientos de cerrajería. Yo sé cómo es. Como es al hablar, tan manipulador, tan seductor.´
Reconozco sus ojos al decirle que no es grata su presencia. Me mira intimidante, mientras baja lentamente los pies embotadas en cuero que acómodamente apoya sobre la mesa. Se me acerca a paso firme. Su presencia solo a mí paraliza. Me habla al oído, infunde un aire cálido antes de pronunciar su primera palabra.
Siempre está allí esperando. Las arterias llevan la cálida sangre a cada recóndito lugar de mi cuerpo. Los nervios se entumecen, expectantes de la ocasión, del suceso. Unas pocas palabras, bellas frases que en un conjunto hacen la nada misma. “Bella las manos que te crearon” y, como un ábrete sésamo, las piernas se abren.
Un delirio corto pero eficaz, suficiente para descargar. La electricidad del aire, la estática de las sabanas, la inmundicia de la frazada de flores, todo me expulsa de tal sitio.
Me suplica, me implora que vuelva a deleitar sus lobulados oídos con las lindas palabras, pero no puedo, no quiero y no debo regresar. Me espera allá, donde las luces no titilan ni el aire tiene un tono a barrio chino , mi verdadera compañera, aquella con la que uno busca tener hijos, una casa, un perro labrador, un oficio por lo menos decente o que te dé las cuatros comidas calientes.
No tendré futuro en esos brazos que se deslizan por debajo de las sabanas como hidras y toman mi mano. No hay porvenir que brote de esa figura, de ese cuerpo que yace allí oculta tras esas sábanas blancas, casi traslucidas. Es tan imperfecta su figura, tan variable a cada encuentro que no la reconozco a simple vista. Muchas veces dude si era todo una farsa forzada por mi desesperación, por la agonía de cubrir las horas angustiantes. Pero al momento de ver su bamboleante figura en el medio del acto, la reconozco pese a su cuerpo, por a veces, deforme, recortada, delgada y abultada por ciertos sectores.
Una frase, un salto, una respiración y un volver a empezar en el frenesí. Dejar los buenos modos para después, las rimas, el ritmo, la base del asunto. La tomaré, la poseeré pensando en otras, en otros, en la que me espera en mi dulce y cálido hogar.
Siento arcadas al pensar el momento en que todo se descubra. Me enrostrará en cara la infinidad de proyectos que teníamos juntos. Nunca le podré decir que a veces peca de fría, de gélida, de reina de los hielos; de que me resulta fatigoso intentarlo con ella, una y otra vez; que odio sus ojos de insatisfecha, en los pocos momentos en que la sangre irriga lo que debe irrigar.
Ya vienen hacia mí el ardor de las uñas tomándome la espalda, gritándome, suplicando, riendo y llorando a la vez.
Las dulces frases no van, siempre hay que darle un clima antes de abordar a la reina de las nieves, a la belleza angelical. Hay que construirle un ambiente, un comienzo, un fin y entre medio un conflicto. A estufa hay que darle demasiado combustible para que el calor suba por sus piernas.
Nunca le podré decir el temor que me abarrota en el instante de poseerla, de darle comienzo a la acción. Siento que todo depende de su respiración, de su puta inhalación y exhalación.
Depende de mí, de mi ritmo. La sangre transporta la sangre fría del cansancio. El oxígeno no entra en mis pulmones. Los músculos físicos y mentales destilan ácido láctico. No la podré satisfacer. ¿Me querrá como su compañero de sus días? Solo soy un cuerpo ínfimo comparado con su figura esbelta, de grandes caderas, perfecta, simétrica.
La veo alejarse cada vez más, se alejan cada vez la cama con su colchón somier; la pintura El nacimiento de Venus, colgado en la pared; los roperos, las mesa de luz de estilo sueco. Veo la cara asimétrica pidiéndome más. “Miradas que rehúyen al espanto” le grito y cierra los ojos, me agarra con fuerza la espalda y sus piernas se cierran en mí.
“La espina saldrá pero el dolor quedará” y explotamos a la vez en un fugaz destello de luz.

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